Al final, sobre los días interrumpidos,
lejos ya de donde nadie puede preguntarse nada,
el viejo río desciende a la memoria.
Más acá en el incendio de alguna soledad restituida,
la inmediata nostalgia de lo que se interroga y se persigue,
las palabras nocturnas
y el silencio.
¿Cúantos mueren definitivamente en las embarcaciones anegadas?
¿Hacía que justo mediodía te integras y me acercas?
La llegada acontece alrededor de viajes y alrededor de rostros
que por primera vez,
en muchos años
se hacen impenetrales,
ciegos.
No eres tú ese momento
que parece mediar entre la muerte y el sufrimiento de la muerte?
II
A ratos una carta que llega desde lejos
y te nombra.
(Mira el verano entre las manos,
el abandono inerme y fugitivo,
las provincias del grito entre las hojas.
Mira hacia el sur,
hacia donde los barcos se desprenden
y algo cabalga o muere de algún modo.
La soledad, ¿recuerdas?,
era un poco tu rostro
y era un poco las cosas de tu rostro.
III
Hubo una vez la sombra,
los pueblos azotados,
el momento que todo lo abandona.
Río-Pez-Colina rebelde y cotidiana.
Río-Piedra,
Nube,
Grito,
Flecha.
Río antes de tí y antes de lo que anuncian
las últimas orillas de la tarde.
Sea tu sola presencia
y tu silencio,
Abuelo antes de mí y antes de lo que asciende a las palabras.
Viejo río con tus ojos oscuros
y tus puertos,
detrás de tí, o abajo, todavía
noviembre apresa rastros
y designios.
Tú,
viejo río pretendido por todas las edades,
te pierdes y regresas.
Ya delante de tí.
El pájaro
y la nube
y el regreso implorado de los bongos
y el grito que se pierde
como una cruz enorme entre la selva.
Yo delante de tí,
ahogándome,
muriéndome.
VICTOR SALAZAR
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