jueves, 26 de octubre de 2017

POEMAS A LA VIRGEN DE MESYCO






































Hurté la faz y la volví hacia Ella,
y alzando el rostro, la miré vestida
de su propio fulgor como la estrella.

Que tu amorosa voluntad decida.
¿Hay que oir el silencio de la altura
o volver al estruendo de la vida?

¿Al fango rojo de la tierra impura
o a la limpia región en donde impera
la paz perfecta del amor que dura?

Así le hablé. Su larga cabellera
me cobijó piadosa como un manto
que la hizo protectora y compañera.
Y en la bóveda azul resonó el canto.

Y oí su voz: "Que tu ansiedad no espere
amor distante o paz en lejanía.
Hay que volver allá, donde se muere,

donde el dolor azuza la jauría
de los canes del mal, donde la entraña
teme la noche y aborrece el día.

do brota sangre y nadie la restaña,
donde el odio disloca la escritura
y falsea el sermón de la montaña;

donde la ira cósmica fulgura
y sobre escorias y al fragor del trueno
estampa leyes una mano impura".

Enrique González Martínez (1871-1952). Fragmento de Diálogo en la altura de su poema Babel

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La mujer del sol que se desmorona entre las flores y cuya mirada es una estrella disfrazada de ardilla luminosa,
los negros trepados en los mástiles,
cubiertos con la piel de las madréporas,
los desheredados todos,
traicionado con su sed a los inmóviles signos del zodíaco.
Por una pepita de oro y un romance bien cantado,
van a enamorarse de las guitarras de Herodías
de las manitas de plata de los hospicios,
de los hombres serpientes que traen el placer
en sus copas amarillas,
allí donde el ajenjo y el coriandro
tejen sus telas sutiles
que son redes protectoras,
que son órdenes de salvataje movilizadas
al grito de ¡Hombre al agua!
Las hembras se perpetúan en el informe
de las últimas luciérnagas del verano,
en sus centellas de licor marino.

Yo sólo espero la llegada de las ménades
para sepultar en el desierto
a los mercaderes del templo,
mi voz humana ha de caer en la tentación de venerarte
como a una sádica grieta de la memoria;
en la hora de los lobos,
con el reloj de la medianoche,
caeré al poblado
para pulverizar tus huesos entre mis dientes 
de adormidera en celo.

Carmen Bruna, argentina. Su poema, de Morgana o el espejismo.

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