viernes, 29 de noviembre de 2019

COMENTARIO DE LIBRO




LA GENTE DE JULY
Nadine Gordimer



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1981 no fue un año fácil para el país. Faltaban aun diez años para que Nadine Gordimer, la novelista sudafricana obtuviera el Premio Nobel, pero la realidad que estaba golpeando su país en esa inusual transición, la conmovía a diario, y desde su primera obra en el género, de corte usualmente autobiográfica como ella misma lo reconociera, enrolándose en la ancestral costumbre del escritor que se refiere al objeto que tiene más cerca, su propio yo y sus propias experiencias, ya poco o nada quedaba.

Ahora el entorno era el preponderante. La realidad había comenzado a superar la ficción. Sudáfrica estaba patas para arriba. Lo que había sido una ordenada transculturización de un sector europeo instalado en el cono sur del país africano, bajo el dominio de una mínima parte de la población, ahora era un desorden donde todas las estructuras de funcionamiento habían colapsado y quienes ocupaban la parte interna de las vallas instaladas para sostener una división que el mundo conoció con el bochornoso nombre de apartheid, las habían transpuesto y se encontraban dentro de los ghetos blancos que sus ocupantes estaban desalojando con el apresuramiento que era menester, ante las avalanchas de las hordas que ahora no tenían que oponer sus palos y piedras a las balas con que el anterior régimen los mantenía fuera de las zonas “civilizadas”, ya con fuerzas de represión propias o mercenarias contratadas de los países circundantes.

Gordimer había dado noticias de esta transición, haciendo hincapié en que muchos blancos nunca estuvieron de acuerdo con esta forma de trato con el pueblo africano, el que no solamente había sido avasallado en sus propiedades y dominios, sino que además su fuerza de trabajo fue aprovechada brutalmente en las posesiones mineras de los capitales blanco por retribuciones ínfimas que no permitieron su desarrollo como sociedad, y que ahora iba saliendo de una forma de vida para entrar a fuerza de sufrimiento, en otra.

En esta novela, “LA GENTE DE JULY”, la autora puntualiza una situación que determina que al trabajo en ocasiones se le catalogue como novela futurista, queriendo significar que el hecho, como tal, no ocurrió, pero que pudo haber ocurrido.

El sirviente de una familia de Johanesburgo, con quince años de trabajo al servicio de la misma, y proveniente de una aldea distante 600 kms. de allí, que había recibido siempre buen trato por parte de los blancos, ante la imposibilidad de que sus patrones, a quienes siempre llamó “amos”, pudieran abandonar el país, ya que muchas formas de hacerlo no había, estando los puertos tomados por el pueblo africano y habiendo sido derribados algunos aviones que volaban hacia Europa, les propone que viajen con él a su aldea y se refugien allí hasta que las cosas cambien y se pueda pensar en un retorno.

La idea es aceptada por el matrimonio blanco, y llevando sus tres hijos y el asilante, parten en un segundo vehículo existente en la heredad, de una conformación especial que escapaba a todas las clasificaciones conocidas. El viaje que debió durar un día, se hizo en tres para evitar las zonas militarizadas y las constantes requisas de los controles.
A partir del momento en que la familia es instalada en una precaria vivienda de la que se desaloja a la madre de July, la autora, exhibiendo una brillante condición de observadora y dueña de una calidad narrativa de altísimo vuelo, va pintando situaciones, cambios en las relaciones de la pareja alojada, al igual que en la familia anfitriona, del resto de los moradores de la aldea, de la relación del antiguo sirviente que muestra facetas de un dominio propio de morador y cabeza del conjunto grupal.

Es tan minucioso el relato de las situaciones pintadas por Gordimer, que lo ficcional pasa a un segundo plano y el lector acepta la creencia de estar ante una realidad que por su crudeza no ha conocido, pero que entiende como posible.

Es un tanto difícil imaginar un final a medida que la lectura transcurre, pero la autora logra entregarnos una obra que nos anima a decir, no debe dejar de leerse.


Por Jerónimo Castillo.
Argentina.

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