Tomo en sus manos la guitarra, pensó que debía interpretar…
tantas cosas que nos oprimen el espíritu y se nos ocurre cualquier bobada para
alejar los malos pensamientos. Pasó largo rato con el engreimiento de cantar y
tocaba viejas melodías de los Panchos, de Jorge Negrete, el querido Simón Díaz,
guardados en la gaveta de la vieja cómoda del cuarto. Cuando la luna estaba
casi en el centro de la bóveda celeste consideró que era la hora del descanso.
Tal vez había llorado, porque sintió que el cuello de la franela estaba húmedo.
De pronto oyó muy cerca el ulular de una lechuza. Sintió escalofrío.
Despertó muy temprano, el reloj marcaba las 6 y 15 minutos.
Se levantó y al volver la mirada hacia la ventana, observó que la guitarra
estaba colgada en uno de los postigos, con una nota pegada encima de las
cuerdas que decía: “Estas muerto”.
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LA ESCUDERIA DEL LLANO
Por la orilla del río busqué el amanecer en su cauce. Los
árboles quejosos sostuvieron el grito de la estirpe. Los pájaros tronaban en su
flauta de picos la querencia, la estirpe y el orgullo.
El amor gritó enardecido el poder de la pasión.
Las flores sabaneras adornaban el paso triunfador.
La fauna ensayó las correrías de la batalla.
La simiente brotaba el verdor de la caricia y se desgajó la
fiesta del aire, moviendo las ramas de la pujanza en libertad.
Más allá bramó el ganado la ternura y la sabana armó la
escudería del llano.
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LA VENTISCA
Oculto en la comarca un marsupial oteaba el horizonte…
¿debía arriesgarse o no a salir de la cueva?
Al fin decidido, un rato más tarde, salió a buscar el
alimento necesario y obviar el miedo.
Corrió como nunca, atizado por la fuerza de la brisa… más
que una ventisca parecía un huracán de golpes… lo atrapó, lo envolvió de un
lado a otro. El alimento se convirtió en una piñata de amapuches, porque el
viento lo zarandeó tanto que se hinchó de aire soplón.
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DESPUES DE LA TIERRA
Nadie se dio cuenta de la desaparición del átomo. La
experticia se dificultó por la inesperada lluvia que invadió todo el espacio.
Cada quien buscó su camino y no les importó recoger los
trastos.
Se oyó el reclamo lejanamente. El quejido de la pérdida
retumbó en la sombra.
En la tertulia sólo estaba el expediente de cada quien,
envuelto en el átomo que nadie se llevó… porque la lluvia destrozó el papel.
* De su obra Camino de Botalón.
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