Blanca ella, cabellos y ojos
negros,
hermosa como una flor;
caraqueña de mis desvelos,
todo un manantial de amor.
Cuando a la ventana asomaba
su rostro primaveral;
mi corazón latía y anhelaba
escuchar su voz matinal.
De la Santa Misa regresaba y
en su andar,
talle de palmera, labios al
natural,
una gracia sin par adornaba su
pasar.
Que querencia la mía, tan cerca que
la tenía,
ella pudo haber sido mía, tan mía,
pero yo no supe hablar, sino amar y
callar.
Orlando Materán Alfonzo
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