PERFIL DEL ARTISTA
BARBARO RIVAS NACIO PINTANDO
"A mi nadie me enseña a pintar. Las pinturas me las pinta Dios cuando estoy soñando"
En Bárbaro Rivas la pintura surge espontaneare, no responde a reglas ni técnicas establecidas por la academia, porque a Bárbaro Rivas nadie le enseñó a pintar. Su talento y creatividad fueron innatos; su temperamento artístico y la necesidad de expresarse le bastaron para dar forma a hechos de la vida diaria, experiencias personales y religiosas. De manera autodidacta e intuitiva se dedicó a relatar en imágenes la vida rural de Petare, y con ellas, también su propia vida.
Bárbaro Rivas. LA ULTIMA CENA
Bajo su pincel, la pintura ingenua rebasa lo descriptivo, lo
anecdótico y local, pues el artista centra su interés en una intención
extra-artística que la convierte en testimonio espiritual y vehículo de
divulgación, lo que lo acerca al primitivo arte cristiano utilizado como medio
para divulgar en imágenes las sagradas escrituras.
Su vocación artística es inseparable de su vocación
espiritual, y en su pintura coinciden ambas actitudes.
En este impulso de expresar lo sagrado y su manifestación en
lo visible y existente lo acompañan su gran fe, su atormentado espíritu y la
angustia que llena de sombras o ilumina sus obras, a la par que su existencia.
De allí que la pintura proyecte estados anímicos complejos,
experiencias y emociones encontradas que pasan por lo melancólico, lo cómico,
lo eufórico y lo místico.
Su condición analfabeta no resultó una limitante para su temperamento
artístico. Inspirado en imágenes inconscientes que surgen del ensueño como una
revelación, en la tradición oral cristiana, los cantos litúrgicos, estampas
religiosas, fotografías y reproducciones, el artista se aventura a recrear con
gran libertad escenas bíblicas, anécdotas, celebraciones populares y
religiosas.
Bárbaro Rivas. BARRIO CARUTO EN 1925 1955.
PINTOR DE REVELACIONES Y TRADICIONES
Dentro de la pintura de Bárbaro Rivas se distinguen recurrentemente
tres núcleos temáticos. Por su importancia, el primero de ellos es el religioso, en el que conjuga la historia
bíblica con la tradición religiosa del pueblo de Petare. Su mirada impregnada
de religiosidad transforma los espacios más cotidianos en escenario de la
historia sagrada, en algunos casos recurre a imágenes y en ocasiones prescinde
de ellas para realizar su propia interpretación del tema, que retorna una y
otra vez.
Los autorretratos
constituyen un núcleo importante dentro de la pintura de Bárbaro Rivas, que es
uno de los artistas venezolanos que más veces se autorretrató en un período de
tiempo relativamente breve, 1954 -1966. Aunque algunos parecen tener referencia
en la fotografía, muestran en general la transformación física del artista, su
deterioro y cambios de personalidad a través de los años.
El conjunto de obras en las que interpreta paisajes, tradiciones y acontecimientos de
la vida cotidiana convierten a Bárbaro Rivas en un cronista de Petare.
Sus pinturas narran y recrean tradiciones, cotidianidades,
fiestas y ritos, por lo que constituyen una fuente documental de las
principales actividades del pueblo a principios del siglo veinte.
Bárbaro Rivas. LA CASA DEL PINTOR 1956.
LA PINTURA COMO JUEGO, DESCANSO Y ALEGRIA
Del temperamento artístico de Bárbaro Rivas surgen insólitas
fórmulas para resolver el espacio, la perspectiva y el color, soluciones
espontáneas e innovadoras hechas a la medida de cada obra emprendida y muy
distantes a las de la academia.
El artista crea un espacio multidireccional y distorsionado
producto de su invención.
En este espacio impone su manera de ver, en la que objetos y
personajes pueden percibirse simultáneamente de frente, desde arriba y desde
abajo.
El uso de pendientes diagonales que parecen crear un caos
nos remiten al orden que otorga el artista a cada objeto representado.
Allí su mirada se cruza con la nuestra, toca nuestra
sensibilidad perceptiva y despierta imágenes en nuestra memoria, lo que nos
permite organizar, contemplar y privilegiar en ese espacio aquello que nos
motiva.
Con el color logra separar los motivos representados, crear
contraste y darle dinamismo a la composición.
Su uso exacerbado responde a una finalidad expresiva y
representativa del artista en su acercamiento a la naturaleza, al mundo que lo
rodea y a lo religioso.
La variedades de acabados y calidades pictóricas que logra,
el empleo de sutiles mezclas, blancos, trasparencias y grises, confirman su
innato sentido del color.
El artista no compone la escena a partir de la perspectiva
sino del tema, y privilegia el carácter narrativo por encima de la
representación de la realidad, como es el caso de las escenas pintadas de
manera sucesiva pero que ocurren en tiempos distintos.
Crea espacios en una pintura fundamentalmente plana, genera
un equilibrio en el que ningún color anula o se impone sobre otro, y con
intención expresiva y ornamental ensaya incorporar material extra-plástico a
través de la técnica del encolado.
Bárbaro Rivas no
usaba caballete, pintaba sobre soportes de mediano formato que apoyaba en
cualquier superficie disponible.
Su hallazgo significó para el arte venezolano el restablecimiento
del vínculo con el arte sacro local.
Al margen de los principios académicos, este artista
desarrolló una pintura de gran sensibilidad, en la que la composición
simplificada, el color exacerbado, la deformidad anatómica, la distorsión
espacial y la mezcla de géneros son eco de su espontaneidad.
La determinación y devoción con que logró crear su propia
idea de la pintura dan a su obra esa singularidad y valor excepcional dentro de
las artes plásticas venezolanas.
Bárbaro Rivas. EL NAZARENO DE PETARE 1964.
Bárbaro Rivas. PAISAJE CON FERROCARRIL 1962.
Fuente: Revista Participarte. Nº1. pp. 8 - 11. Caracas - Venezuela.
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