Desde todo, desde el centro en donde hemos llegado
nos consta que crece a nuestra medida el tiempo
porque con la mitad de una flor inventamos
el paraíso, y porque perdimos la gloria al perder el silencio.
Nací en Lora del Río (Sevilla), el 22 de abril de 1961, diez días después del
viaje al espacio del ruso Yuri Gagarin y trece días antes del viaje del
americano Alan Shepard. Un mes después, mi padre hizo un curso de vuelo sin
motor. Estuve en órbita hasta los 17 años, en que descubrí que no estoy en este
mundo para adecuarme a las expectativas de los demás, y que el mundo no está
ahí para llenar mis expectativas. En consecuencia, dejé de entregarme al
proceso del mundo.
Anticonformista, curioso, inquieto, abandoné el instituto, al darme cuenta de
que "en él (el mundo) no sólo se mueven ruedas despiadadas, también se
derrama un aliviador aceite" (el arte, según Nietzsche). Desde entonces,
escribo poemas, ensayos y artículos, y doy gracias a Dios por ser un hombre de
letras, sin más estudios que una licenciatura en el vuelo de las aves y las
regiones estelares, y un máster en el difícil arte de llegar al centro de mí
mismo y de las cosas, penetrando como una corriente en las formas que me son
propias. He publicado varios libros de poemas y de ensayo, dirigí una revista
de poesía llamada “La Cuerda del Arco”, y ocasionalmente dibujo y pinto sin la
obsesión de exponer.
AUTOBIOGRAFÍA, con permiso del autor: http://poesia-antoniojosetrigo.blogspot.com
Ilustración de Antonio Jose Trigo
CANTATA DE LOS AMANTES
I
Siendo
resabio de la sangre que amanece
el
corazón nos convoca a los acordes del día,
antes que
colme la noche su ropaje suntuoso
de flores
que se agostan y callan, carcomidas;
antes que
el vino funesto en el borde amargo
de la
mirada comience a insinuar su afán suicida.
Por una
vez más, aunque nos ensombrezca
el hueso
en flor de tortuosas alegrías;
aunque se
libre el valor de mil olvidos
en ruleta
de feroces caricias;
aunque,
al bajar juntos las escaleras
que nos
acercan, nos reúnen y nos fatigan,
algún
dolor que fuimos extienda su aceite oscuro
sobre el
mirador de la sangre o rosa removida,
por una
vez más, crujen y se derrumban
los
sentidos, sin que nos velen sus bellas mentiras.
¡Cómo nos
regocijamos en un rumor cóncavo de llama,
cómo
juntamos el polvo disperso de la muerte sabida
y
reconciliamos, al tiempo que las estrellas
espolvorean
su nieve dorada, nuestras cenizas!
Si
tenemos en el hueco de nuestras manos juntas,
no el
fulgor de la llave sobre cerradura enmohecida,
sino el
futuro del sol que no ha de pasar para siempre
sobre
este lugar tan abierto de tanta hora vacía,
¿quién
vendrá, entonces, falso y ajeno, a cobrarnos
el adeudo
inflexible de nuestra estancia vivida?
II
La noche
vino por el aire de los pájaros.
La quise
levantar y establecer entre mis huesos,
pero huyó
despavorida abriéndome en el pecho
los
seguros dientes que brotan de tus tactos.
Así está
concebido que, al paso de los años,
abra a tu
música –definitivo y cierto–
mis
pausas de ocio, y que de los nudos abiertos
del amor
salga la flecha errante de los astros.
Se funda
así el lugar cada vez que nos levantamos
para
sufrir la jornada entre el día y los sueños,
de donde,
con el alma sola que nos queda, ya sin nervios,
queda lejos esa época en que fuimos tú y
yo, sin ambos.
Desde
todo, desde el centro en donde hemos llegado
nos
consta que crece a nuestra medida el tiempo
porque
con la mitad de una flor inventamos
el
paraíso, y porque perdimos la gloria al perder el silencio.
III
No sé
cómo llamarte para que me respondas.
Pasas con
tu gran luz sin cuerpo en tanto cuerpo
como
pronta abeja hacia el panal oculto,
como un
río que transcurre para que siempre lo posean.
No sé
cómo llamarte, con nombre de qué cosa,
hasta
alcanzar, ya ruinosa la noche,
la altura
de los astros que nos permanecen.
Alzo los
ojos. Veo el cielo sin cielo de la ciudad,
donde
cada uno con su soledad de pródigo,
en el
envés oculto de la penuria,
contempla
la imagen deseada de sí mismo.
Pero hoy
que mis ojos recuerdan la importancia
de los
pájaros, la forma en que siguiéndolos
el aire
deja de ser un extremo de la tierra,
sigo sin
saber cómo llamarte,
como a
qué bosque escondido,
donde una
vez y ahora coinciden,
donde el
espacio último se ha quedado,
pleno,
erguido, sobre ruinas circulares.
¿Quién
sabe si no será una fantasía?
Ya no más
me preguntes cómo pasa el tiempo.
Otro día
al morir dejaré, sin sorpresas,
tu nombre
en otro cuerpo mendigo de pasos
que
conozca cómo lo que queda desaparece
y lo que
fluye está ahora aquí mismo.
IV
Perseguidos
del sol que arde el camino,
afrentamos
los cuerpos cada día en los cuartos
más
dudosos, para desplegar la ceniza memorable
que en el
mundo son los que se aman.
Las
grietas de los muebles se llenan de horas antiguas,
mas sólo
aquel fuego que convoca al fuego no duerme.
De aquí,
de este lugar gozado a mares
en donde
nos vemos salir y entrar a la luz
como aire
que a otro aire sube,
¿quién
nos va a sacar?
Vamos,
ven, vamos a entrar en nuestro lugar,
cumplirlo,
antes de que llegue la noche
con su
despoblación,
ahora que
todos los sonidos han cesado.
¿No oyes
que todos los sonidos han cesado?