LA FLECHA
Yacente Guaicaipuro, sin sangre ya la mano,
roto el arco que el tiro midió con la centella,
buscando a blancos torvos libérrima querella,
al viento fue la flecha del indio americano.
Y el viento dióle ahora la inexorable huella
que la tendió al encuentro del cazador germano
y ardida al sol del Indio y al sol Republicano,
quedó sobre la cuerda del Arco de la Estrella.
“Allí, junto a los huesos del Soldado sin Nombre,
resplandeció en el dardo la eternidad del hombre
que a Miranda sin tumba da la tumba sin gente;
y encorva, encorva y cierra la luz del Mandamiento
y afirmada en el Arco su vocación del viento,
la flecha del Cacique se disparó al Oriente”.
Andrés Eloy Blanco
Venezuela.
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ELOGIO DE LA LENGUA
ABORIGEN
Lengua del amerindio,
Lengua de mis indígenas, elogio
los vivos resplandores de tu cifra
nombradora del mundo fabuloso.
Umbral de lo sagrado y cotidiano,
hondo bosque sonoro,
breña de la cadencia, la liturgia
primitiva de un largo territorio.
De pájaros y seres, contemplados
entre aromas de viajes y retornos
por las navegaciones
donde crecen los peces del otoño.
El dulce silabario persuasivo
de los diálogos tiernos o el enojo
donde moran los árboles del llano,
las crines de los potros.
Los telares cautivos, las colmenas,
el prestigio del musgo, el arco roto,
el hontanar reseco,
la abigarrada luna de los toldos.
Para que el viento gris y la tormenta
con su yugo de polvo
conserven de los dioses la memoria
de preservar las cosas y los tonos.
Más allá de los gestos,
el humo y los indicios, los heroicos
signos visibles: órdenes, sistemas,
claves añejas, clandestinas códigos.
Aunque el extraño pie de la conquista
- el vulnerable monstruo -,
haya sembrado a roble y pergamino,
entre las cortaderas del asombro.
Fundaciones del yelmo , cruz y espada,
tu huerto de palabras, claro arroyo,
lengua del amerindio,
del aborigen verbo guarda el gozo.
Luis Ricardo Furlan
Argentina.
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EL INDIO
Era un pájaro en vuelo
y la mañana
le había dado en su sol
aquel misterio
de ser pluma y jaguar
en el imperio
que desata su ley
en la obsidiana.
Yo no lo vi caer
y soy hermana
de su temprana cruz
sin cementerio,
de su recio perfil
en cautiverio,
de su potro
y su luna
y su campana;
porque pulsó en silencio
su aventura,
porque anduvo en coraje
su agonía
y era un hombre,
no más,
sin armadura.
Yo lo siento crecer
en mi ternura
y levanto en los ceibos
de este día
un agreste clamor
por su figura.
Silvia Puentes de
Oyenard.
Uruguay.
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EL HIJO INDIO
Señor, mi alma tiene miedo
de la lluvia, del sol, de las estrellas.
Tú me diste mi nombre y mi sangre
y el cuerpo lleno de violetas y sonidos.
Sobre el adobe gris el sol me teje una guitarra
y mi dulce hijo en la montaña
me está esperando para darme un beso
pero tiene, Señor, mucho miedo.
A veces,
el pobre niño sube hasta el fin de su montaña
y desde allí divisa toda América
y me llama.
Y yo escucho mi nombre desde esa lengua blanca
como si su corazón fuera todo lo que veo
y estuviera solamente en la montaña,
y creo que voy a morir, y muero;
y creo que voy a resucitar, y resucito.
Jaime Reyes Vera
Chile.
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GUAICAIPURO
Como fiera acosada que su cubil defiende
el indio indómito de entre el fuego se levanta
para castigar rabioso al que su choza prende
y hollar sus tierras osa con su planta.
Dispuesto a luchar en su pecho se enciende
la llama del odio, de la furia innata,
y al grito angustioso que en el espacio se extiende
como el traidor se traba en batalla infausta.
Más el invasor es ducho y de alma osada
y sobre la agreste tierra de sangre colorada
ante la astucia del hispano, valiente se inmola.
Y dicen que aquel indio, según cuenta la historia,
héroe valiente que se llenó de gloria
en su diestra blandía una espada española.
Héctor Rafael Gómez
Venezuela